sábado, 17 de junio de 2017

MI PADRE Y EL FICUS DE SANTO DOMINGO




Era una persona de vida sencilla con un hábito diario que la edad había convertido en obsesión: salir mañana y tarde a lo que llamaba dar una vuelta, incluyendo, en sendos itinerarios, el recorrido completo de Alfonso X hasta desembocar en plaza de Santo Domingo. Sin embargo llegó un momento en el que desgaste de la cadera le dejó recluido en su casa, reduciendo sus desplazamientos al triste y pequeño triángulo que forman: la cama, el váter y un sillón frente a la tele. El médico no quería operar, pensaba que con 90 años se entrañaban demasiados riesgos. Pasado más de un año de negativas me entrevisté con el médico, para informarle de que mi padre, en aquel  recluimiento, sufría y moría, y lo convencí de que todo riesgo era poco si existía la posibilidad de recuperar una parte de su vida pasada. La operación y la rehabilitación fueron un éxito. Y hoy con 94 años es fácil de ver, de nuevo, por Alfonso X. Paso corto pero rápido, combinado con una sorprendente agilidad de brazos en el uso de unas muletas, a las que se siente entrañablemente unido.

El Ficus macrophylla es un gran árbol siempreverde baniano de la familia Moraceae, nativo de la costa este australiana. Su epíteto específico macrophylla se deriva del griego antiguo makro "largo" y phyllon "hoja". Es una planta propia del bosque lluvioso y en la naturaleza crece con frecuencia en la forma de una epifita trepadora estranguladora (para el que no lo sepa cuando sus semillas aterrizan en la rama de un árbol huésped envía raíces aéreas que irán estrangulando el tronco hasta devorarlo por completo quedando en pie él solo). Los individuos pueden alcanzar hasta 60 metros de altura. Como todas las higueras, tiene un mutualismo obligado con las avispas de higo; los frutos solo son polinizados por estas avispas, y éstas solo se pueden reproducir en las flores del higo. Es monoico: cada árbol produce flores funcionales masculinas y femeninas. Tiene hojas largas, elípticas, aterciopeladas y verde oscuras. El tronco es macizo, con gruesos y prominentes contrafuertes en la base. Partiendo del tronco esta higuera dispone de unas espectaculares raíces tabulares, cuya función parece diversa: anclar el árbol en los suelos húmedos y poco profundos de la selva,  dar soporte al árbol, disminuir el vaivén del follaje frente a los vientos huracanados tropicales, o recoger nutrientes de los restos caídos del árbol en los rincones que las mismas raíces crean.

Pero la mayor singularidad de la higuera de Bahía Moreton (este es su nombre común),  esa apariencia de "derretimiento", se debe a la fórmula de dejar caer raíces aéreas desde las ramas que alcanzarán el suelo engrosadas en troncos suplementarios y que ayudarán a soportar el gran peso de su propio porte. Así el árbol, esa imagen tan consolidada que todos tenemos de una copa frondosa, un tronco único y unas raíces enterradas, conforme la vida de esta higuera transcurre, va dejando de ser un árbol para ser un multiarbol, un sistema complejo y extenso de copas, troncos y raíces que van colonizando el lugar donde emergen, mediante numerosas réplicas de la estructura básica inicial.

Para los indios de la India esta exhibición de energía e inteligencia, que admiran y protegen, se llega a convertir en una referencia espiritual. En el Jardín Botánico de Howrah, cerca de Calcuta, hay un baniano de 250 años, conocido como el “Great Banyan”, cuya circunferencia mide medio kilómetro y tiene cerca de 3.000 raíces aéreas.




Sin embargo los occidentales, que por su porte y talla, lo han utilizado con amplitud en parques públicos de climas templados con inviernos suaves, como las zonas costeras de España, Portugal, Sicilia o California, parece que se resisten a los puntales naturales, forzando a que persista en su desarrollo pero sosteniéndose en un único tronco. El árbol, así, permanentemente amputado de los apoyos que necesita, de entrada sufre a diario unas tensiones innecesarias y finalmente colapsa como toda estructura que recibe unas cargas superiores a sus posibilidades mecánicas.





El ficus “monumental “ de Santo Domingo, igual que mi padre, para que siga viviendo feliz solo necesita muletas, que a falta de ser propias bien pudieran ser ortopédicas, son las leyes de la naturaleza misma.




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